La narradora rechaza una maldición familiar tradicional y dolorosa para abrazar la poesía del lenguaje y la creatividad. Paulatinamente, redibuja una jaula imaginaria rumbo a la libertad.

Nací un 30 de octubre. Era lunes. Una luna muy delgada, de solo 1 día de edad, iluminaba el cielo de Buenos Aires. En astronomía, se la conoce como «Luz Cenicienta». Creo que algo de eso se me quedó pegado.

Zapatos. Pasos. Moldes.

Un hermoso mundo lleno de símbolos e imágenes. Un calidoscopio que se activa con palabras. Asociación libre para describir alguna emoción, contar una historia, o sobrecogerse en un llanto espontáneo que hace bien, sin saber qué fue.

Libre. Salvaje. Sabueso.

Para algunos la función poética del lenguaje es una causa perdida, pero es la esencia del bienestar, más palabras para soltar emociones.

Estuve viviendo sobre una tradición escrita en 3 medallones de bronce, como de nichos. Ni siquiera eran palabras claras. Cada jeroglífico, marcaba el final de todo aspirante a la felicidad:

“No reirás. No leerás. No prosperarás. No procrearás. El éxito marcará tu fin.”

Seguí huellas como una pesquisa detectivesca y me trajo de este lado del laberinto.

Feliz. Deseante.

Mas allá de fracasos aceptados por seguir «la tradición».

Los árboles genealógicos también se podan. Rechazar la herencia salvó mi vida, aunque siga sintiendo un dolor fantasma. Como una amputación.

Quisiera cuentos para honrar a mis muertos. Yo pude salir, pero otros no.

Crear. Charlar. Cantar

Llegué al paraíso redibujando día a día un poco más abiertos los barrotes de una jaula imaginaria.

Siento un torrente de nueva vida.

Y aquí estoy, comenzando de nuevo.

Escrito por: MaruATIA

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