Entre los 15 y los 21 años, tuve una agenda negra, acolchada, bien regordeta. El lugar donde apoyaba todas mis intrigas, escribía poemas, dibujaba ositos cariñosos con un arcoíris, Era mi diario de viaje, confidente, amigo cercano. Todo. Amo escribir desde esa época. Lo catártico de soltar en palabras deseos que vuelan lejos. Y por aquel entonces, muchas angustias y miedos, más allá de los esperados para el adolescente promedio.
Fue una etapa muy compleja, en especial por el lugar que me tocaba ocupar. Un lugar que nunca busqué, ni me preguntaron si quería estar. Pero nací ahí, en medio del caos.
A muchos les pasa lo mismo.
A mi me salvaron 2 cosas:
Mis charlas eternas con mis amigos invisibles y cantar, que siempre ahuyentaba los miedos.
Cantaba en todos lados. En el colegio, en coros, en obras de teatro.
Junto a mis amigas del secundario Adriana Rodríguez y Araceli Scola, armamos un pequeño universo musical dentro del Instituto Ana María Janer. Incluso el colegio hizo una adaptación de Jesucristo Superstar que se llamó Godspell, ¡y la obra hasta viajó a Uruguay!. En las funciones en Buenos Aires tuve el privilegio de cantar dos temas como solista: Te daré y Bendiga a Dios mi alma –esta última solo en ensayos-.
¡Fue hermoso!
Un día, Adriana me contó que un amigo suyo, Claudio, estaba armando una banda y buscaban coristas. Fuimos juntas a probar suerte. Llegamos a un PH antiguo en el barrio de Floresta, subimos unos peldaños, cruzamos un pasillo, y al abrir la puerta, nos recibió una habitación repleta de cajas grises de zapatos, una batería imponente, una tarima con micrófonos… ¡y la energía vibrante de una banda en pleno vuelo creativo!.
Era Don Cornelio y la Zona, en ese momento era “La Banda de Don Cornelio”. Y quien lideraba esa alquimia sonora era Palo Pandolfo.
Nos entregaron unas fotocopias con las letras de las canciones y empezamos a escuchar los temas para sumar nuestras voces: Tazas de té chino, El rosario en el muro, Árbol y computadora, Ella vendrá…
Había comenzado un viaje mágico.
Durante un año y medio, después del colegio íbamos directo a ensayar. Se armó una comunidad hermosa. Palo cuidaba cada frase, cada sonido, repetía estribillos hasta lograr la expresión justa. Metía trabalenguas a cada paso. Era técnico, apasionado, un verdadero director de orquesta en ese caos creativo.
Una noche fuimos a ver a Gustavo Cerati con su Soda Stereo al Stud Free Pub, y Palo se quedó charlando largo rato con ellos. Estaba en una búsqueda sonora que inspiraba a todos.
La primera presentación de “La Banda de Don Cornelio”, fue en un pub de Villa Crespo que se llamaba Gracias Nena. Luego vino San Francisco Tramway, una disco icónica de la época sobre calle Aráoz en CABA. Desde el escenario veía a la gente bailando, coreando. La banda tenía un magnetismo hipnótico. ¡Era un sueño hecho realidad!
Mi estilo en ese entonces era “dark”, tan oscuro como la historia que me rodeaba. Pero cuando cantaba, todo se iluminaba. Todo quedaba atrás.
🏖️ En verano del 85, viajamos a Villa Gesell con la banda y algunos amigos Palo y Claudio. Recuerdo una noche en la playa, éramos como diez un fogón, unas birras, y Palo repitiendo como un mantra: “¡Hey Lypton!” —una vocalización inventada que creo salía de un saquito de té. Nunca entendí lo de Lypton pero me causaba mucha gracia. Entiendo que era para articular vocales. -No había momento del día que Palo no estuviera haciendo un trabalenguas, Bit Box, o inventando cosas para fonar mejor.-
En un momento vi como una llamarada aparecer en el horizonte y exclamé:
—¡Se está incendiando un barco!
Palo rió y me dijo:
—¡Es la luna!.
Esa fue la primera vez que vi salir la luna del mar. Una llama naranja emergía desde el horizonte como si encendiera el agua desde abajo, pintando de cobre el borde del mundo. Quedé sin palabras. La luna se veía cada vez más naranja y redonda, abriéndose paso entre la oscuridad.
¡Es uno de los espectáculos más conmovedores que puede regalar el cielo!.
Mientras la Tierra gira silenciosa, nosotros también viajamos, rotando sin darnos cuenta, hasta que, de pronto, la luna aparece.
Ese ritual silencioso fue iniciado por Palo.
De vuelta en Buenos Aires, los ensayos siguieron. Hasta que un día, la noticia cayó como un baldazo: el disco de Don Cornelio saldría sin coros. Lo comunicó Daniel Melero. No era la estética sonora que buscaban. Nuestro trabajo no quedaría grabado.
Pero al menos, me quedaron las fotos de tapa de “el disco que no fue”
Y son estas:

En la foto Daniel Sanz tecladista a la izquierda arriba, al lado Claudio Fernandez batero, abajo estoy yo con pirinchos parados y mirada de re mala jeje. a la derecha Alejandro Varela el gutarrista. En la línea de abajo, mi amiga del alma Adriana Rodriguez compa de secundario y a la derecha de blanco Palo Pandolfo.
Lloré a baldes!
Era el final de una etapa.
Una etapa que, aunque no quedó registrada en un disco, quedó grabada en mi cuerpo y todas esas sensaciones quedan en la “cajita de emociones” de mi voz.
Todo esta escrito en mi agenda negra, que como acto de confesión y verdad se la entregué a mi analista los primeros años de terapia. Allá por 1997. La biblioteca de su consultorio fue la sede del reposo del guerrero. Hace un par de años se la pedí, quería tenerla conmigo.
Entendí que algo del pasado debía soltar y estaba ligado a todas esas aventuras escritas y vividas.
Hoy la agenda sigue intacta, con las mismas calcomanías, sus hojas amarillas, la tapa negra con trozos de espuma de nylon que desean escapar al tiempo. Para mi son como tentáculos. Desde un recóndito lugar siento la llamada a abrirla otra vez
Boliche. Bailes. Besos..
Algún que otro exceso, rebeldía extrema. Desafíos al destimo y a la verdad.
Mejor no la abro. Hoy hago lo mismo pero desde otro lugar mucho mas bonito. El de la posibilidad y la templanza.
A ver si al abrirla, pasa como en Jumanji. Levantar la tapa para que se desate un vendaval de sombras, tambores tribales, lluvias de ranas y emociones desbordadas!!
Ese deseo sigue vibrando, como una nota sostenida que aún no termina de vibrar en el tiempo..
Música. Tribu. Escenarios. La luna saliendo en el mar.
Y la certeza de que, incluso en medio de la sombra, el deseo puede abrir camino.
Y lo abrió.
Y “Ella vino”, para mi 😊